La aventura literaria emprendida por Benjamin Black en su imitación de Raymond Chandler ha tenido en nosotros, los lectores, efectos inesperados. Por un lado hemos creído reconocer al antiguo Marlowe conduciendo su Oldsmobile por las calles y avenidas de los Ángeles, desde su despacho en el edificio Cahuenga hasta Ocean Heigths donde viven los ricos; desde su casa de Laurel Canyon al club Cahuilla o al Hotel Ritz-Beverly, donde se cita con ellos para arrancarles la información precisa para resolver el caso que se trae entre manos. Hemos disfrutado de sus diálogos chispeantes e ingeniosos unas veces, insolentes, provocadores y frívolos, otras. También hemos reconocido aquella sociedad corrompida por la codicia, donde las clases altas y sus dirigentes se siguen vinculando a mafias que se lucran con negocios ilícitos de muy dudosa moral. Lo mismo podríamos decir de la galería de personajes que Marlowe se encuentra en su búsqueda de una verdad escondida entre una maraña de intenciones aviesas e intereses espurios. Sí que resultan familiares los ricos donde se halla la seductora Clare Cavendish, los estafadores de medio pelo como Nico Peterson y los policías Bernie y Joe, destinatarios circunstanciales de los resultados de la investigación de Marlowe. También lo son el conjunto de víctimas que el detective va dejando tras de sí mientras intenta encajar las piezas del puzzle para obtener una imagen comprensible de los hechos.
Hasta aquí parece ser que Benjamin Black ha reproducido el paisaje y parte del paisanaje de su admirado maestro, pues escribe una historia cuya trama se ajusta al modelo del género, pero enseguida se aleja de él hacia otros territorios ficticios. La principal divergencia que observamos se encuentra en el perfil psicológico del personaje de Philip Marlowe. Éste de ahora no es tan cínicamente cáustico como el antiguo; su actitud, aunque irónica y en ocasiones sarcástica, no es tan áspera; su escepticismo le sitúa más cerca de la displicencia que de cierto nihilismo fatalista. En suma, nuestro Marlowe ha pulido algunas aristas con el paso del tiempo, de modo que se nos presenta como un ser más sensible que sentimental. Esa sensibilidad se traduce en sensualidad cuando imagina el suave movimiento de los rosados pulmones de Clare mientras respira dormida en su cama; o cuando, embelesado, observa los tobillos, la boca o los ojos de su diosa, negros como el ébano. O cuando -hedonista declarado- se escandaliza por la grosera forma en que Bernie bebe su gimlet sin respeto alguno hacia el pausado ritual exigido por tan exquisito combinado.
Decididos a considerar la sensibilidad como atributo esencial del nuevo Marlowe, lo vemos como un ser vulnerable y susceptible (por ejemplo a los comentarios sobre Linda Loring), que no disimula el dolor o la rabia, y se muestra compasivo con las víctimas o culpable por los muertos inocentes. Como si Quirke hubiera penetrado en la psique de Marlowe, éste se reviste de una melancolía que puede derivar en apatía, tedio, tristeza, pero sobre todo, favorece la actitud contemplativa en la que este Marlowe genera un elaborado corpus de reflexiones pensamientos e ideas sobre todo tipo de temas y cuestiones. Las pausas que tanto gustan al narrador, además de detener el tiempo de la historia e interrumpir la acción, ofrecen al lector la síntesis del estado de la investigación tras el análisis de los hechos. Pero también propician en Marlowe un estado de conciencia adecuado para la introspección y la percepción de la fugacidad del tiempo inspirada por el vuelo de un pájaro. Quizá ha sucedido que Banville se ha infiltrado en Black y éste en Marlowe, pues sólo así se explica la creación de esta criatura entregada al lirismo contemplativo y poético, digna hija de su creador. Aunque eso no impide que el nuevo detective haga gala de su habitual honestidad, fruto de la sólida base moral que, unida a su entereza, fuerza y valor, le impulsan hacia los arriesgados actos donde se juega la vida. Pues la necesidad de averiguar la verdad escondida y resolver el caso es el estímulo que alienta a Marlowe y le convierte en un hombre de acción. Y que sigue adelante a pesar de las continuas dudas y sospechas sobre las intenciones ajenas, especialmente las de Clare Cavendish. Sigue adelante a pesar del pragmático escepticismo del que hace gala, porque en su interior ha arraigado con firmeza la desconfianza en el ser humano.
Es pues, el nuevo Marlowe, un personaje más complejo que su antecesor y también más contradictorio. Como don Quijote, nos sorprende con sus actos y pensamientos. Debido a esa naturaleza múltiple, su vida se desliza entre el deseo y la indiferencia, entre la emoción y la lógica, entre el amor y la huida.
Como lectores hemos migrado desde la extrañeza al asombro por lo que B.Black (con J. Banville detrás y vigilante) ha hecho con este entrañable personaje. Pero lo realmente admirable son los episodios metaliterarios insertados en la novela. En los capítulos finales, el narrador, representación vicaria del autor, explica su obra al lector para que no queden dudas de que no estamos leyendo una obra original sino un texto escrito sobre otro anterior, es decir, un palimpsesto. El resultado es un relato elaborado con materiales muy diversos. El eje argumental se construye alrededor de El largo adiós de Chandler, haciendo volver a Terry Lennox de México, donde vivía escondido bajo rostro y nombre nuevos. Éste pasa a ser el último enigma descifrado por el nuevo Marlowe, que, al destacar la triste evolución de su antiguo amigo, sugiere también otras transformaciones: de pícaro a narco, del siglo pasado al actual, de Chandler a Banville.
Para que no olvidemos la singularidad de esta novela, el narrador intercala en la narración comentarios para recordarnos que estamos ante una imitación de otra realidad, ante su representación. De hecho podríamos entender esta historia como una batalla entre los personajes que esconden la verdad y fingen lo que no son (La Mentira), y el detective empeñado en desnudarlos de sus disfraces y máscaras para sacar la verdad a la luz. Por ejemplo Hanson, el gerente del club Cahuilla, es descrito como un hombre que parece “representar un papel”. En este aspecto destaca Clare Cavendish, cuyo aspecto, gestos y movimientos reproducen un personaje tópico de la novela y cine negros. Clare Cavendish es un ser ideal, una diosa elegante y bella, hierática e impasible, fiel al modelo o cliché del que es copia. Estos ingredientes refuerzan las contradicciones de Marlowe, que ahora navega entre la mentira y la verdad, entre la representación (ficción) y la realidad, entre el caos y el orden.
Resultan también muy evidentes las alusiones cinematográficas y literarias que salpican los diálogos y comentarios de Marlowe, llenos de imágenes, comparaciones e hipérboles de todo tipo: populares, poéticas o degradantes; éstas últimas nutren las numerosas caricaturas de los personajes que aparecen en la novela e impregnan de saludable sarcasmo su discurso narrativo. Recordemos la “cabeza de cacahuete” del viejo vecino de Peterson o las “papadas suplementarias” de Lou Hendricks, el capo mafioso.
Finalmente descubrimos algo que es muy propio de J. Banville: el significado simbólico -ambiguo y difuso por su propia naturaleza- de algunos elementos integrantes de la historia. El significado de objetos como el velo, el ajedrez y los espejos parecen adquirir nuevas connotaciones como secreto, estrategia y existencia virtual. Lo mismo sucede con algunos espacios como las casas vacías que sugieren soledad y podredumbre, banalidad y muerte. Pero sobre todo debemos mencionar el clima de Los Ángeles, esa sequedad caliente y húmeda que impide respirar, moverse y ver con claridad. Y ver y mirar constituyen la esencia del detective, no lo olvidemos. Este aspecto también está en Chandler, pero el Marlowe de Black-Banville lo acentúa y enriquece. A ello se suma el humo, que es constante mientras dura el misterio, pero se disipa al final, al mismo tiempo que se limpia y refresca el aire. Entonces el enigma deja de serlo, las máscaras caen y la verdad emerge y se impone: fin de la representación, la función ha terminado.
Recapitulemos. Ésta es una novela construida sobre otra anterior a la que supuestamente imita. Pero es imposible resucitar a Chandler y Black-Banville lo sabe. Así que este relato es de Chandler y de Banville, un poco de los dos. Una novela como ésta, con varios planos narrativos y un detective lleno de matices no puede ser objeto de una interpretación única o simple. El nuevo Marlowe se muestra pero también se oculta, y tal vez sólo exista dentro de su dualidad esencial: entre la necesidad de saber y la posibilidad de creer. Quizá, tal vez, sea cierto lo que intuimos y expresamos al principio de estas reflexiones: Tanto esta novela como su detective son criaturas con dos padres.
Notas:
- Eso de escribir una novela compleja, con varios planos narrativos donde el narrador mezcla y acumula materiales diversos: aventura, comicidad, reflexiones sobre tantos temas que se podría escribir un tratado, comentarios sobre esto y aquello, incluso sobre la propia novela…Todo esto, mezclado con mucho humor, arte y talento, lo inventó Cervantes en el libro, conocido popularmente como El Quijote.
- Etimología de detective: <detectare (descubrir)<detegere (retirar un cubrimiento)<de (separar) + tegere (techumbre, protección).