Como os decíamos la semana pasada, la lectura de esta estupenda novela de Amor Towles nos ha llevado a contemplarla más allá del hecho narrativo, de la historia contada y a buscar una intencionalidad en el autor para analizar una situación histórica; la del pueblo ruso durante gran parte del siglo XX. Y aquí incluimos cómo se analizan en el libro sus cambios políticos, pero sobre todo sociales, los condicionantes que marcaron la creación artística en Rusia y en la URSS.
Si nos permitís, en base a unas cuantas citas directas del texto, y apoyándonos sobre todo en las conversaciones entre el conde Rostov con su amigo Mijhail, con Osip, con la propia Sofia o incluso en reflexiones propias vamos a argumentar este pilar fundamental de la novela:
Primera… Habla el protagonista sobre la situación de su «exilio» en un Hotel de lujo en el centro de Moscú;
Desde que existe el hombre, reflexionó el conde, siempre había habido exiliados. Tanto en las tribus primitivas como en las sociedades más avanzadas, siempre había habido alguien a quien sus pares ordenaban hacer las maletas, cruzar la frontera y no volver a pisar su tierra natal. Pero eso quizá cupiera dentro de lo esperable. Al fin y al cabo, el exilio fue el castigo que Dios le impuso a Adán en el primer capítulo de la comedia humana; y el mismo que, unas páginas más adelante, le impuso a Caín. Sí, el exilio era tan antiguo como la humanidad. Pero los rusos fueron los artífices de otro concepto más sofisticado, el de exiliar a un hombre en su propio país.
En páginas posteriores sobre este mismo asunto le replica Mijhail:
-Quién podía imaginar -dijo-, cuando te condenaron a arresto domiciliario perpetuo en el Metropol, hace ya tantos años, que eso te convertía en el hombre más afortunado de toda Rusia.
… sin duda estaba refiriéndose a los miles de exiliados deportados a Siberia que jamás regresaron.
Segunda,… sobre como Rusia ha interpretado y moldeado su papel de imperio (zarista o del proletariado) a lo largo de la historia…
Todos los países tienen su lienzo grandioso, Sasha, la presunta obra de arte que cuelga en el salón sagrado y que resume la identidad nacional para las generaciones futuras. Para los franceses es La Libertad guiando al pueblo, de Delacroix; para los holandeses, La guardia nocturna, de Rembrandt; para los estadounidenses, Washington cruzando el Delaware; ¿y para los rusos?
Para los rusos son dos cuadros gemelos: Pedro el Grande interroga al zarévich Alekséi, de Nikolai Ge, e Iván el Terrible y su hijo, de Iliá Repin. Durante décadas, esos dos cuadros han sido venerados por nuestro público, elogiados por nuestros críticos y copiados por nuestros
diligentes alumnos de Bellas Artes. Y sin embargo, ¿Qué representan? En uno, nuestro zar más ilustrado observa a su hijo mayor con recelo, momentos antes de condenarlo a muerte; y en el otro, el impertérrito Iván abraza el cadáver de su primogénito, tras haberle infligido el castigo supremo golpeándolo con el cetro en la cabeza.
»Demolemos una a una nuestras iglesias, conocidas en el mundo entero por su peculiar belleza, por sus campanarios de colores llamativos y sus asombrosas cúpulas.
Derribamos las estatuas de los viejos héroes y retiramos sus nombres de las calles, como si solo hubieran sido producto de nuestra imaginación. A nuestros poetas o los silenciamos o esperamos pacientes a que ellos mismos se silencien.
Mishka cogió el tenedor, lo clavó en el trozo de ternera que todavía no había probado y lo sostuvo en alto.
-¿Sabías que en los años treinta, cuando se anunció la colectivización obligatoria de las granjas, la mitad de nuestros campesinos sacrificaron su ganado para no tener que entregárselo a las cooperativas? Catorce millones de cabezas de ganado que se comieron las águilas y las moscas.
Y otro tercer tema que la novela aborda más allá de la historia del Conde Rostov es la constante referencia a la revolución bolchevique y la construcción de la Unión soviética:
«¿Cómo es posible que más de un millón de ciudadanos hagan cola para ver el cadáver de un tirano?», se preguntaban muchos observadores occidentales. Los más frívolos decían que debían de hacerlo para asegurarse de que estaba muerto de verdad, pero ese comentario no hacía justicia a los hombres y mujeres que esperaban llorando.
De hecho, eran legiones los que lloraban la pérdida de un hombre que los había guiado hasta la victoria en la Gran Guerra Patriótica contra el ejército de Hitler; y eran legiones los que lloraban la pérdida del hombre que se había propuesto convertir Rusia en una potencia mundial;
y en otro momento de la novela se reflexiona:
«Aunque no hayamos aprendido nada más reflexionó la figura solitaria, esbozando una sonrisa irónica-, al menos hemos aprendido a hacer cola».
A los extranjeros debía de parecerles que Rusia se había convertido en la tierra de las diez mil colas. Porque había colas en la parada del tranvía, colas delante de la tienda de alimentación, colas en las agencias de Trabajo, Educación y Vivienda. Pero de hecho no había diez mil colas, ni siquiera diez. Había una sola cola que lo abarcaba todo y que, con el tiempo, acabaría dándole la vuelta al país entero. Esa había sido la mayor innovación de Lenin: una cola que, como el propio proletariat, era universal
Bueno,…. como veis, «Un caballero en Moscú» es una novela con muchísimas aristas. El lunes que viene intentaremos evaluar si os ha gustado tanto como a nosotros.
Esperamos que sigáis leyendo y disfrutando de esta propuesta.